OPINIÓN: Frente al mar, la ambivalencia
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Dr. Daniel Varela
Investigador del Centro i-mar

 

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La inmensidad del mar es intimidante. De manera semejante al firmamento nocturno, enfrentados al océano nos sentimos vulnerables y asombrados. Su aparente infinitud o la sospecha de misterios sumergidos despiertan
la imaginación de artistas y científicos.

Es, quizás, también su inmensidad la que nos hace, en algún sentido, inconscientes de nuestra oceánica dependencia. Desde la regulación del clima hasta la recreación veraniega, desde la captura de energía hasta los más diversos sabores de nuestra mesa, desde los viajes comerciales hasta asentamientos culturales, todo esto y más de lo que somos y hacemos está vinculado al mar.

Es, quizás, también su inmensidad la que nos genera indiferencia. El océano parece suficientemente grande para albergar y diluir nuestros desechos, convirtiéndose en un gran basural de plásticos, por ejemplo, o en una gran cloaca. O es lo suficientemente grande para extraer de él recursos infinitos.

Somos animales ambivalentes, difíciles de satisfacer. Nos sobrecoge la inmensidad y, al mismo tiempo, queremos domesticarla, gestionarla. Pero seremos eternamente malos administradores si no somos capaces de aprender cómo funciona ese universo, de entender sus límites a pesar de su inmensidad, de apreciar nuestra mutua dependencia y no dar la espalda a las consecuencias de nuestra forma de vivir. Esto es, en parte, lo que me evocan los siguientes versos de Neruda:

«Necesito del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navíos.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.»

Publicado por: Loreto Bustos Novoa